Adrián acribilla montañas vehementes,
química
donde aeroplanos líquidos derraman sus ciegos pasajeros
en nebulosas gardenias
y sus pétalos el hielo cubre de hilos
laberínticos,
bardos.
Lulú cabalga praderas de plástico
y la incógnita de colores bálsamos
y el susurro extático
en algún punto desubicado,
psiquiátrico,
en un cuarto blanco
recubierto de satín rasgado.
Adrián y Lulú se toman de la mano.
Se quema el escenario.
El texto se quema.