Como pez siamés,
hipnotizado, Adrián,
un dedo en la página borgoña;
su piel,
un túnel debajo de la cama,
túnel cetáceo
de vidrio espartano
cuyo eco fracciona
musical,
encantado.
En el mustio acuario,
la espiral
(que de noche se lleva las estrellas hacia algún glaciar)
arrebata
la mancha de tinta
y la convierte en porcelana, un nexo.
La amante escapa del crucigrama,
inarmónica,
solo un nudo de orquídeas en la garganta.
Y un poco de arena
que ha quedado sobre la cama
vuela.
Adrián y la amante se miran.
Disparan.