Lulú hacía un camino de agujas en su cama.
- es que están sonando las campanas, repetía como un salmo,
llevándose un mechón de pelos hasta sus labios cuarteados.
En tanto, al otro lado de la habitación,
el azul escarmentaba en sus bordes
y Adrián tomaba de su corazón un artificio,
transgredía su carne, hasta poseer algo más.
Miró a Lulú.
(la puerta cerrada. las medicinas esparcidas por el suelo.
Era delicioso saber que los nombres estaban perdidos
en las paredes de la habitación.)
Ella todavía enhebraba las agujas como amores,
como gorriones disecados.
No había inocencia en eso.
Adrián alzó su nariz, como un sabueso,
frenó sus dedos en los lienzos tersos, fragmetados,
en el aire que parecía cuarzo.
Percibió el olor a gas.
Percibió los caminos torcidos.
Lulú seguía absorta,
sus colores tornaban salvajes
aquellas campanas que pugnaban por existir...
La ventana estaba cerrada.
Adrián sacó su encendedor y un cigarrillo.
Se dispuso a encenderlo.