
Adrián escribía unas luces en su cuarto menguante.
Pensaba hacerlo antes de que cayera el telón.
Lulú volvía a encerrar clarividencia en los nombres.
Era un juego que acostumbraba.
No era magia.
No eran débiles.
Pero a la deriva dormían siempre, todo en una misma habitación
y en los monosílabos fraternales.
Lulú era pequeña y masticaba chicles usados, llenos de hormigas.
Adrian tenía un sombrero de copa y un baúl lleno de pompas de jabón.
A veces, mataban los duendes que se escondían bajo sus camas.
Esto se daba sobre todo cuando Adrián no conseguía hadas para mimar
o algo para leer a su hermana.
Nunca morían, a pesar de que las Parcas, llenas de envidia,
cortaban, todos los días, los hilos en la habitación...
No hay comentarios:
Publicar un comentario