El niño de los dientes afilados, alcalinos,
como máquina de neón.
El niño que veía ígneos ángeles fornicar sobre los hielos polares,
sus zonas oscuras
albergando mandrágoras creciendo contra el azul.
El niño que leía libros quemados
y planeaba un atentado contra la realidad,
trabajando el ruido, diseñando nubes.
El niño que veía explosiones nucleares en blanco y negro,
y asi más larga la vida llevaba.
Él me ha enseñado
su colección de mariposas y su frasco de arsénico,
el universo allí dentro,
una figura en transición hacia el caos,
infinitos rascacielos que se desploman,
lúdicos.