viernes, 18 de diciembre de 2009

Living on a suitcase (on my own)


Dioses muertos de otros tiempos
construyen castillos de arena,
juegan Monopolio
en mi mente;
Niños de la lluvia navegan en mi sangre
como en barcos de papel.

Dispongo de colores dañados,
circunscritos a la magia de los extraños y ausentes,
para pergueñar las angustias
de ciertas libélulas y aves australes.

Y perdido en demasiados atardeceres...

Alguien no contesta en mi pecho,
leo en la electricidad un credo que muta líquido.

Y en mis cuerdas, tendones, arterias, clavícula,
ebrios duendes hacen equilibrio...
y fracasan.

Yo también.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Underground

Pago las deudas con acordes terminales,
lluevan los duendes sobre los escombros de la carne,
primaveras violentas o truncas,
el polvo que aulla bajo las bombas y su poesía,
el acto que tras el telón,
escapa.

Hablo donde las raíces son rojas.

Todo es mío.

Eso rompe el círculo.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Performance: De la habitación, al mar


---En el palacio del ruido extático, a las orillas del océano---

En los ángulos místicos,
la Emperatriz escapa de diáfano papel.
Turquesa observa sin maquillaje ni corona
errantes firmamentos de escilante opaco
fabricados en sucios laboratorios.

Hace bailar su diadema en la ventana,
en la culpable caricia del mar,
de mantarrayas enroscadas al vaivén vertebral,
crematorio.

La emperatriz se vuelve luz violeta,
atraviesa la conciencia de Poseidón
para solo explotar ensimismada,
telúrica.

Sus manos se alejan .
Hipocampos rojos suben, cantan y se llevan sus vestiduras
hacia los arrecifes.

Desnuda ella en la habitación,
solo queda un tulipán digital,
un sello que se abre en gélidas cascadas.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Performance: La ciudad es una hoja en blanco


--- ciudad/cráter de ángulos imposibles y campos anti gravitacionales---


Niños del éter,
los bolsillos llenos de pastillas amarillas,
de verde lascivia se columpian desde cables de alta tensión.

La ciudad explota el pavimento con pompas de nitrógeno.
En tanto, petirrojos llueven eléctricos y heridos
sobre los acueductos.

Máquinas que asemejan astros en autofagia posan en cada esquina
como proxenetas.

Bañados apenas por la sombra de los rascacielos convexos,
muñecos de cera tipean textos cancerígenos,
doradas esferas llenas de insecticida.

Los niños del éter bajan de sus columpios
e inician una pelea con los muñecos de cera.
Se lanzan mutuamente caramelos ácidos
y cianuro en frascos de arena.

Un cadáver de plástico exquisito gira volátil sobre todos
y hace agujeros en el aire.

Los niños vencen y encierran los restos de sus contrincantes
en latas oxidadas.
Toman los textos cancerígenos
y urden con ellos un pequeño universo incierto sobre el cemento.

Las máquinas imprimen el colapso al borde de la hoja en blanco...

El Adversario (...los ojos en otro cielo)


El adversario desaparecía en la arena
y gravitaba oscuros asteroides en la palma de su mano
como se del destino se tratara
flotando en una copa llena de whisky.

Ante esto,
Adrian veía el horizonte girar sin control,
una pira humana que se expandía en sus pensamientos más recónditos.

Construyó un laboratorio tremebundo,
un imperio epidérmico
donde fraguar epidemias de organismos textuales
por descomposición elíptica,
artificios psicóticos de un verbo trans-apocalíptico.

Aun así,
imágenes del adversario,
en grises pompas de jabón,
llegaban en ciclones de coral,
con un ejército de lirios refractarios.

La maquinaria del laboratorio comenzó a colapsar
en nerviosas gotas platinadas, infinitas espadas cortadas.
Escarabajos dibujaban con crayones
soledad tribal en cada cable.

Adrian intentó una armadura de prismas vírgenes
que develara relámpagos de terciopelo asincopado,
esmeralda.

Pero el adversario tronaba,
de ecos alterados quimicamente,
los ojos en otro cielo.
Se acercaba.

Adrian, desesperado,
pulsó la tecla de la última computadora en funcionamiento.
Esta imprimió solo una frase:

Dios es un número paranoide.