
Adrián enreda en su cuello
hilos de seda
de torva lumbre
y cuarto menguante,
versos grabados en terocal.
y florecen de entre el polvo a sus pies
gotas del crepúsculo
que, indomables,
en prismas traman el carnaval,
la ficción incierta.
Frío,
Adrián vierte su piel
y el azar garabatéa:
un instante y nada.
El carnaval retumba
y pronuncia el verbo aniquilador.
Adrían no se tapa los oídos.
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