
Desde cristalinas,
blancas y eternas colinas,
plenos de melancólicas mitologías,
preparados para olvidar,
pronunciamos los objetos,
su arista perturbada,
y dejamos nuestros cuerpos en el intento.
Y, apocalípticos,
abrimos rabiosos nenúfares,
sus pétalos que usamos como tinta y plumas,
números secretos
dispuestos a agredir.
Y, terminando frente a una hoja en blanco,
tal vez soñando con mausoléos,
unicornios galopando,
o la sombra que plasma un eclipse,
preparados para dejar de lado,
no olvidamos.
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